Joan Daniel Bezsonoff es uno de los nombres más interesantes de las letras catalanas actuales. Pero también es uno de los máximos representantes de la cultura catalana en la Catalunya Nord (es el autor de un diccionario catalán-occitano). Algunas de sus mejores obras giran en torno a temáticas coloniales, como Les rambles de SaigonLa presonera d’Alger, La melancolia dels oficials o Matar De Gaulle. También tiene muchos libros de temática autobiográfica o familiar, como Una educació francesa o Els taxistes del tsar. Ahora acaba de publicar La ballarina de Berlín (editorial Empúries), una novela donde explica la historia del espía polaco Jerzy Sosnowski, un Don Juan que en la Alemania de los años treinta consiguió que varias funcionarias del Ministerio de la Guerra alemán trabajaran para él. 

 

 

Sosnowski existió, pero ¿hasta qué punto esta novela refleja la realidad?

Eso es como una casa: el edificio no es mío, ni las vigas, ni las paredes, ni el tejado... Pero todo el interior es mío: la decoración es mía. Es mi manera de trabajar: cojo un tema real y hago una reconstrucción arqueológica. Lo que no sé me lo invento, lo reconstruyo de forma plausible. Todos los personajes son reales, excepto los amigos de Sosnowski; me he documentado mucho para escribir este libro. Incluso la bailarina que sale en la portada del libro es real: es la Lea Niako, una de las amantes de Sosnowski.

¿Y cómo se ha documentado?

He usado mucha bibliografía sobre el tema. Y gracias a Dios, Google es una mina. Cuando tenía dudas buscaba un término en la Wikipedia polaca: no hablo esta lengua, pero cuando lo deseo me entero de qué significa. Al fin, he consultado mucha documentación en alemán y en polaco... Es una experiencia que hay que hacer, intentar entender una lengua que no hemos estudiado: a mí me ha servido de mucho. Ahora bien, lo intenté en vasco y fui incapaz de descifrar nada.

¿No era difícil hacer una novela en que no hay intriga porque mucha gente conoce el desenlace de la historia?

Al contrario. Eso como Colombo, el detective de la serie: desde el principio ya sabes quién es el asesino, lo realmente interesante es la forma de contarlo.

¿Se saben muchas cosas sobre Sosnowski, pero se conoce donde murió?

No. Se le pierden sus huellas en Rusia, pero no se sabe exactamente dónde. A mi me había impactado mucho una película sobre Katyn y por eso en la novela lo sitúo allí, pero en realidad la información sobre él se pierde antes.

 

Polonia es un ejemplo que tenemos que seguir: es un gran país, y es un referente con respecto a su resistencia

¿Siente una gran fascinación por el espía polaco?

En cierta medida la fascinación existe: el año 1931 Sosnowski se vanaglorió de haber tenido más de 200 amantes en un año. Pero más que un personaje, me fascina una época, una Europa que ha desaparecido. Siempre me han fascinado los mundos desaparecidos; y la Alemania oriental, ya no existe, la Polonia oriental, tampoco existe... Hay pueblos que vivían juntos y ya no viven así, ciudades que han cambiado de nombre, lenguas que se pierden... La Alemania de Weimar me interesa mucho: está como Pompeya antes de la erupción del Vesubio.

En la novela dedica mucha más atención al ascenso del personaje que a su caída. ¿Por qué?

Pasa a menudo en nuestras vidas. Quería reflejar la brutalidad del destino. Lo tienes todo en un momento dado y enseguida ya no tienes nada. Y eso es lo que le pasa a Sosnowski. Me interesan mucho las glorias caídas.

¿Qué le atrae de Polonia?

Curiosamente, esta es una novela propolaca, aunque genéticamente yo tendría que ser prorruso. Polonia es una especie de Rusia católica. Rusia es más asiática, Polonia es más europea. Polonia es un ejemplo que tenemos que seguir: es un gran país, y es un referente con respecto a su resistencia. Pero no hay nadie que conozca la cultura polaca en nuestro país. Es una pena.

En 1931 Sosnowski se vanaglorió de haber tenido más de 200 amantes en un año

En La ballarina de Berlín se desmarca de sus temas habituales: no toca ningún tema ni colonial, ni norcatalán, ni autobiográfico. ¿Cómo es eso?

De vez en cuando hay que renovarse. Está bien desarrollar el tema que sabes hacer, pero no puedes estar siempre escribiendo el mismo libro. Cambiar de tema es una forma de abrir la mente.

Esta novela también es diferente con respecto al catalán que utiliza. ¿Por qué?

También he intentado hacer una novela diferente a nivel de lenguaje. No quería escribir con un catalán muy dialectal. No me parecía correcto que los personajes de esta novela, que viven en un Berlín muy cosmopolita, usaran un lenguaje marcadamente dialectal. Por ello he utilizado una lengua estándar, muy normativa, aunque en ciertos momentos he hecho oír algunas notas diferentes, rosellonesas, sobre todo a nivel de vocabulario.

¿Como llega a este personaje? ¿Cómo conoce a Sosnowski?

Hace falta que me remonte a mi pubertad. El verano de 1975, cuando tenía 12 años, tuve cambios hormonales muy importantes y me empezaron a apasionar a las señoras (antes ni me fijaba). Con mis padres, en aquel momento, abandonamos la Île-de-France y fuimos a vivir a Cannes. El día antes de la salida, fueron a ver a unos amigos que trabajaban en una editorial, que publicaba una revista que se llamaba Historia, y en un ejemplar de esta publicación había un artículo sobre Sosnowski, con la foto de Lea Niako, la que hemos colocado en la portada. La historia me fascinó y la foto de la bailarina, también. No pude olvidar nunca aquel artículo. Muchos años más tarde busqué por internet la revista y vi que, efectivamente, había material para hacer una novela.

El imperio austro-húngaro estaba más adelantado que el resto de países de Europa

¿Ha tardado mucho en escribir esta novela?

Tengo la desgracia de no ser un escritor subvencionado. Soy un escritor trabajador, como casi todos los lectores. Pero tengo la suerte de ser profesor, y como profesor al final de cada curso me toca vigilar los exámenes del "bac", el bachillerato francés, y tengo que pasarme muchas horas controlando a los estudiantes. La mitad de esta novela la escribí cuando hacía ver que vigilaba a los alumnos.

¿Cree que el imperio austro-húngaro, que usted retrata, era un modelo mucho mejor de tolerancia y de diversidad que la república jacobina y el imperio napoleónico que les tocó en Francia?

Yo he viajado a menudo al antiguo imperio austro-húngaro (en cambio, no he visitado nunca Polonia). Me gusta mucho Austria: si pudiera, iría cada día. Mi madre estaba fascinada por este territorio y yo he ido mucho. Es un país muy bonito. Austria es una Alemania mucho más risueña que la propia Alemania. El imperio austro-húngaro estaba más adelantado que el resto de países de Europa. Fue de los primeros sitios donde las mujeres pudieron votar. Respetaban mucho más a las nacionalidades que los otros Estados. El emperador, además de alemán y francés, hablaba croata, húngaro y checo, sin acento alemán. Lo educaban para hablar todas las lenguas del imperio. Es muy romántico, todo eso.

El Estado francés tiene problemas para reconocer la identidad catalana en el nombre de la nueva región de Occitania. ¿Cómo está en estos momentos esta reivindicación?

De momento está en punto muerto. No existimos. La región se llama, simplemente, Occitania. Su presidenta, la señora Carole Delga, dijo que ya se había discutido el tema y basta. Hace como los españoles, actúa como si las leyes fueran palabras divinas, como los evangelios. Dice que no se puede cambiar el nombre de una región, aunque Francia dejó que Argelia se independizara, cuando la Constitución lo prohibía.

¿El primer ministro, Manuel Valls, no ha ayudado nada en este tema?

En la Catalunya Nord el catalán es una anécdota, empezando por Manuel Valls. Cuando va a Inglaterra habla en inglés, una cosa que yo creo que no tendría que hacer, pero cuando va a Catalunya Nord y le preguntan en catalán, responde que como primer ministro no puede responder en catalán. ¿Y quién amenaza más al francés, el catalán o el inglés?

Hace cinco siglos que España domina al Principat. Y por eso no creo que España esté poblada únicamente de imbéciles

¿Pero ha habido muchas movilizaciones en defensa de la catalanidad, no?

Hay un viejo proverbio que dice que "El nombre es lo único que queda cuando el resto se ha perdido". En Catalunya Nord no queda nada catalán: se han perdido las costumbres, la lengua... Nadie se ha preocupado de salvar la cultura y no sé porque se excitan tanto para salvar el nombre de "Pays Catalan". Además, esta es una designación absurda. Conozco el País Vasco, pero no el "país catalán". Yo conozco Catalunya y conozco Catalunya Nord, una parte de Catalunya sobre administración francesa.

¿El hecho de que Francia no quiera llamar a la nueva región "Occitanie – Pays Catalan" y sí "Occitanie", puede ser porque Catalunya les da miedo más que Occitania?

Catalunya Nord, por pequeña que sea, tiene un sentimiento catalán, pequeño, pero real. Y en el Sur tiene a Catalunya y el Estado francés tiene miedo de que haya una contaminación. Si Catalunya funcionara como Estado, probablemente el catalán subiría en la Catalunya Nord, porque habría una atracción. Yo me confieso occitanófilo, y por eso he escrito un diccionario catalán-occitano, pero lamento decirlo: Occitania ya no existe. Occitania es un nombre antiguo, casi medieval. Es como hablar de una marca del Imperio carolingio. En la televisión francesa entrevistaban a una mujer que decía que estaba contenta de estar ahora en "Oceanía". No sabía ni distinguir "Occitania" de "Oceanía". En Catalunya, en cambio, el nombre es real.

¿Cuál es su posición con respecto a la independencia de Catalunya?

Al principio estaba entusiasmado. Cuando me despertaba miraba los medios catalanes, porque estaba muy ilusionado, pero con todas las peleas que hay por en medio estoy un poco decepcionado. Pero la suerte es que tenemos un gran aliado, que son los españoles. Si la independencia sólo dependiera de nosotros, estaríamos perdidos. Para mí, en Catalunya, en el Principat, hay un menosprecio hacia España; muchos tienen un sentimiento de superioridad. Piensan que los españoles son imbéciles, gilipollas. Pero este sentimiento és erróneo: hace cinco siglos que España domina al Principat. Y por eso no creo que España esté poblada únicamente de imbéciles.

 

¿Qué cree que pasa para que el proceso no avance lo suficiente bien?

En las capas altas de Catalunya hay agentes de España desde hace 400 años: hay muchos infiltrados en las esferas políticas. Cuando ves estas manifestaciones extraordinarias y que después sólo dan pie a grandes peleas, te das cuenta de que hay alguna cosa que no funciona. Para mí la unidad nacional tiene que ser la prioridad; cuando seamos independientes ya pueden lanzarse las discusiones que sean sobre el modelo de Estado, como ocurre en cualquier país normal.