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don Sergio del Molino
La gente de mi generación y un poquito más vieja recordará a los electroduendes. Recordarán cómo nos desenseñaban a desaprender cómo se deshacían las cosas, y quizá hasta intentaran ponerlo en práctica (yo sigo en ello, con resultados desiguales). Como casi todo en el programa infantil La bola de cristal, este lema tenía un profundo trasfondo filosófico. En este caso, el inspirador era Jacques Derrida, padre del posteriormente resobado concepto de la deconstrucción.
Joan-Daniel Bezsonoff creció en Francia y no vio La bola de cristal, pero parece que se aplicó muy bien la lección de Derrida. La sociedad nos monta de una forma (ya conocen el orteguiano “yo soy yo y mis circunstancias”), pero, como no somos robots, podemos deconstruirnos, desmontarnos, para convertirnos en otra cosa.
El proceso es difícil, largo y a poca gente le sale bien. Y, cuando se completa, suele hacerse con la incomprensión de la familia, de los amigos y de la sociedad en su conjunto. Es normal hasta cierto punto: tenían una imagen de esa persona que se ha desvanecido, mutando en otra extraña para ellos.
Las circunstancias de Bezsonoff le hicieron francés, pero su proceso de desaprender cómo se deshacen las cosas le ha convertido en catalán. Hay quien piensa -en Perpiñán y alrededores- que se puede ser francés y catalán al mismo tiempo. Como se puede ser español y catalán. No es el caso de Beszonoff: su catalanidad excluye su ser francés. Para poder ser catalán ha de renegar de Francia antes, y eso ha hecho en Una educació francesa (RBA, de momento, solo en catalán), un libro que está dando mucho que hablar y que escribir en la comunidad vecina.
De hecho, yo llegué hasta él a través de las referencias de autores catalanes que sigo y que me gustan, como Sergi Pàmies o Màrius Serra.
Joan-Daniel Bezsonoff (que tiene un abuelo de orígenes rusos, sobre el que ha escrito otro libro) despuntó con un par de novelas escritas en catalán -que no es su lengua materna y cuyo dominio literario le ha llevado años de lento aprendizaje- que parte de la crítica celebró como una muestra de la universalización de las letras catalanas (me refiero aquí a las escritas en catalán): un catalanofrancés que cultivaba la lengua de Josep Pla era una rara avis que se salía del cliché politizado y recurrente del escritor militante.
Con Una educació francesa, Bezsonoff lo ha desmentido: su historia es también la de una militancia. Y por eso su confesión ha sido tan celebrada: las tomas de partido siempre lo son.
A mí me resultan indiferentes las razones nacionalistas, sean del signo que sean. No porque me considere apolítico o esté por encima de las pasiones mundanas, sino porque la política no me interesa en esos términos. En una obra que se vende como literaria, busco las razones literarias. Y literariamente esperaba más. Esperaba la expresión de una catarsis personal, pues para eso están las confesiones.
Creo que, para decir lo que dice, Bezsonoff no necesitaba escribir este libro. Muchas alforjas para un viaje tan cortito. Mucha solemnidad para una declaración tan intrascendente. O que a mí me deja tan frío, vaya.
Me sorprende que este librito sin epifanías, sin sutilezas, sin revelaciones de calado, sin emoción, sin intriga, sin chicha y sin limoná haya provocado tantos ayes de alabanza en escritores que admiro y sigo. Muy mal tienen que estar las cosas en las letras de la comunidad vecina para que, a estas alturas de la película, le den importancia a estos asuntos.
Pese a todo, he de decir que da cierto morbo leer cómo un francés se desdice de su chovinista y querida patria. Eso, hay que reconocerlo, no se ve todos los días. Aunque, si he leído bien, me da la sensación de que se desdice no por amor a Cataluña (que también), sino por resentimiento a un país que no reconoce, que se ha pervertido desde su infancia.
Como el adolescente que ve borracho a su hasta entonces inmaculado padre.
Es lo malo de los mitos, que acaban escurriéndose por el sumidero
Commentaires
Disculpeu la manca d'accents: la meva maquina esta patint una malaltia rara.
Aquesta critica es una evident mostra de mala fe. Potser que sigui de mala fe sense ser-ne conscient, per pur rentat de cervell automatic, des de petitet.
No gastare un bri de dit damunt la tecla per desmuntar un text que s'autodestrueix ell solet. Ell tampoc ha posat cap exemple per defensar la seva tesi. No hi ha valor literari en les descripcions del paisatge, en els trets precisos en que els personatges se'ns apareixen i en un munt de coses que costen molt i molt de trobar als textos actuals amb un nivell i una força com a Can Bezsonoff?
Hi ha gent molt trista...