Els taxistes del tsar, traducción castellana de Florenci Salesas
EL ABUELO MISTERIOSO
HE VIVIDO MUCHOS AÑOS en Rusia pero no he ido nunca allí... El frío me da miedo.
En cambio, he soportado fácilmente los inviernos de la Cerdaña, del Capcir y de los Alpes. El febrero de 1956 hizo mucho frío, el peor invierno del siglo. En París la temperatura bajó a treinta y seis grados bajo cero.
Mi abuelo Mitrofan Bezsonov, nacido en el corazón de Rusia, había ya visto algunos en 1919 durante la guerra civil. Vestía una bata gris llena de monedas, las propinas de los clientes que la pequeña Jeannette recogía para comprarse caramelos. Bezsonov subía el autobús de Robinson antes de coger el tren hacia Paris. Cuando llegaba al depósito de la G7, su compañía de taxis, verificaba el nivel del aceite y daba una ojeada al interior del vehículo. Vaciaba el cenicero, regulaba el asiento y el retrovisor antes de circular lentamente por las calles a la búsqueda del primer cliente. Un día, mi abuelo ruso cometió dos faltas profesionales muy graves. No acompañó al cliente a su destino y dañó su taxi a resultas de un choque con el coche delantero. El automovilista, que salió para pedirle explicaciones, insultó a un muerto.
Casi nunca no me han hablado de mi abuelo como si fuese un antiguo colaboracionista, un viejo miliciano asqueroso, un antisemita refugiado en una hacienda de la Argentina interior, the skeleton in the cupboard que dicen los ingleses.
Desde el día de su muerte, cayó una losa de silencio. La pequeña Jeannette, que tenía nueve años, no pudo ir al entierro de su padre. Así, durante muchos años, creyó que no había muerto y que la había dejado para volver a Rusia. Un día aparecería con los brazos llenos de regalos maravillosos. Unos huevos de madera pintados, muñecas rusas a todo color, samovares rutilantes, iconos de la madre de Dios que lo permitiría volver al país de los vivos...
Sin embargo, todos aquellos que lo habían conocido en el Conflent, como el padre de mi amigo Joan-Miquel, la tía María Teresa Barboteu o conocidos de los abuelos de Nils, siempre me habían hablado bien de él. Repiten que era una buena persona. El pudor y el dolor, normales después de una defunción, poco se justifican cincuenta años más tarde. Mi padre no lo había mencionado casi nunca. Su madre, la yaya Jeanne, tan parlachina, tampoco lo nombraba y mi hermana y yo habíamos respetado aquel silencio. No le preguntábamos nada sobre aquel hombre que le había hecho cuatro hijos y vivido veinticinco años con ella.
Conozco mejor la vida de Frederic Mistral o de Pierre Benoit que la de mi abuelo ruso. Sé que se llamaba Mitrofan. Los rusos pronuncian Mitrafan. Mitrofan Tikhonovich Bezsonov. Como todos los rusos, tenía tres nombres. El nombre de pila, el patronímico y el nombre de familia. Nació el 7 de agosto de 1901 según el calendario juliano, es decir el 20 de agosto según el nuestro. Venía de Vorónezh.
Su padre se llamaba Tikhon; su madre, Ana Grigorieva; su hermano Leonid (pronunciad Leanít); sus hermanas, Ana y Olga. Un antepasado había sido sacerdote. Sin duda le habían puesto Mitrofan para homenajear san Mitrofan de Vorónezh, uno de los jerarcas más ilustres de Rusia, que había dado su nombre al monasterio más grande de la ciudad.
Mi abuelo ruso murió siete años antes de mi nacimiento, pero siempre me ha complicado la vida.
Cuando yo era pequeño, los otros chiquillos se mofaban de mí llamándome Mierduzov o Koñuzov. No supe escribir nuestro apellido hasta los ocho años y aún hoy no pasa una semana que no me pregunten sobre mis orígenes. ¿De dónde sale este hombre que habla una mixtura afrancesada de mallorquín y ampurdanés?
Bezsonov deriva de los equivalentes rusos de insomnio e insomne. Una <<noche de Bezsonov>> se traduce por 'noche en blanco'. без quiere decir 'sin'; сно 'sueño' tanto en su sentido de modorra, como en el de ensueño, que en catalán se diferencian con las palabras son y somni. Me gusta más la etimología без сна, 'sin sueño', que equivale al segundo sentido en catalán, el somni.
Así podría suspirar con Salvador Espriu: <<Un home sense somnis és la meva solitud>> (1)
Como ya he dicho, no sé casi nada de mi abuelo, No conozco su risa, ni su sonrisa, ni su lengua, ni su voz. En las viejas fotografías, he visto siempre un hombre de talla mediana, rubio, bien proporcionado, con una nariz algo larga que no alteraba para nada la armonía de su cara. Un gran-ruso del bosque, ojos azules y facciones nada asiáticas. Me han dicho que hablaba, poco a poco, con una voz dulce , a penas coloreada por los rescaños de un acento ruso casi olvidado e inaudible como el canto de las últimas cigarras de finales de verano.
Era un hombre cualquiera de gustos sencillos. Fumaba tabaco ordinario envuelto en papel gris. Le gustaban los films de Charlot, Laurel y Hardy. Reía muy fuerte con una risa tan contagiosa que mi padre, avergonzado le decía:
—No rías tan fuerte, papa...
En aquel tiempo el cine era algo serio. Una vez, mi abuelo ruso, incrédulo, había visto, en la acera frente al cine Comedia, en Châtenay-Malabry, como unos espectadores llegaban a las manos, porque se acusaban de haberse colado.
Apreciaba la compañía de los niños y los gatos, el circo y los payasos. Cocinaba muy bien y se volvía loco por las peras y los pepinos.
Me costará llamarle abuelo. El abuelo, para mí, siempre será mi yayo Jean Montalat. A él no le habría gustado este libro, ya que era tan celoso que había hecho jirones los pañales de su hermanito Raymond. Me costará demasiado llamar abuelo a un hombre que no he conocido. De ahora en adelante lo llamaré Mitrofan.
A día de hoy, Mitrofan es un nombre que desprende tufillo de Rusia imperial. Un nombre tan pasado de moda como Bartomeu o Rossend en Cataluña, un nombre de criado en las novelas de Tolstoi. Es un nombre tan devaluado que lo ponen a animales. En octubre del 2006, Su Majestad Don Juan Carlos I, de viaje por la región de Vologda, se enfrentó a un oso ebrio, amansado y lanudo. El monarca lo abatió sin saber que este oso se llamaba Mitrofan...
Commentaires
És clar que no; Florenci, mai una traducció és germana bessona de l'original, peerò quan s'hi acosta tant com la teua, així ho sembla.
Molt bona la cita, però que vols que et diga, jo ara per ara, sóc Valenciana, del nord i del sud, que ja ho saps.
Ah i com que crec que mai no t'he donat les gràcies per descobrir-me aquest gran escritor te les done ací i t'assegure, com també li ho dic a Joan Daniel que ja m'he fet una fidel seguidora dels seus escrits.
I com que les dates ho reclamen, que passeu unes bones fetes de Setmana Santa!!! millor dit del que queda i si no és molt santa, tampoc no passa res, he, he.
Alsa Manela, Joana, com et passes! Moltes gràcies per la part que em toca. Però un Bezsonoff en la llengua de Corin Tellado no és mai el mateix que l'original... excepte sí el fa el mateix autor, és clar.
Per cert, ara recordo una frase memorable seva en aquesta llengua (bé, seva no, sinó dita per un dels seus personatges): "Si tú eres de Perpiñán, eres catalán. Si eres catalán, eres español. No reniegues de tus orígenes, coño!"
Realment, aquest primer capítol que acabe de llegir més que una traducció al català sembla tot un original de primera mà. Les expressions emprades son pròpies del castellà, el que sembla tot una gran repte per al traductor, que en aquest cas, si no vaig molt errada i em sembla que no perquè tinc el plaer de conèixer Florenci, diria que esta feta per un castellano-parlant, he,he... cosa que no sé si li farà molta gràcia coneixent-lo un poc com el conec.
El fragment on esmenta l'etimologia del cognom reulta molt creatiu perquè és molt difícil d'explicar sense mutilar l'orignal introduint la corresponent equivalènia amb el castella. Pense que ací és on fonamentalment demostra tenir molt bon saber fer i una increïble mà esquerra.
Ha estat tot un gran plaer descobrir els teus llibres que lamente dir-te que no coneixia fins llegir la ressenya d'Un País de butxaca. Cosa que ja no passarà més, perquè després de la lectura d'aquest en vindran moltes altres.