A los veinte años, decidí que a partir de entonces hablaría y escribiría preferentemente en catalán". Con esta determinación, Joan-Daniel Bezsonoff (Perpiñán, 1963) pasaba a convertirse en un autor catalán. Aunque sus raíces catalanas las tuvo claras muchos años antes. En Els taxistes del tsar,el escritor norcatalán rastreó sus orígenes rusos (por vía paterna) y en Una educació francesa exploró su infancia y su etapa formativa en Francia. Ahora cierra esta especie de trilogía íntima sobre su identidad plural con Un país de butxaca (Empúries), donde relata el descubrimiento de su catalanidad. "Este libro es mi geografía sentimental de Catalunya - dice-y la expresión de mi deseo de que la llengua dels avis fos la llengua dels llavis"(la lengua de los abuelos fuera la lengua de los labios).Bezsonoff rinde homenaje a la lengua catalana, que sus abuelos maternos - su segundo apellido es Montalat-le transmitieron. "Viví con ellos a partir de los seis años, y el catalán está asociado para mí al afecto y ternura que me brindaron". Sin embargo, Bezsonoff nunca estudió el catalán, mientras que, paradójicamente, sí se formó, de manera académica, en castellano. "Llegó un momento en que me pareció absurdo poder escribir un comentario sobre el Quijote o La Regenta,con un vocabulario rico y preciso y, en cambio, ser incapaz de escribir una carta correcta en catalán. Y decidí transformar mi conocimiento pasivo en activo". Se puso manos a la obra, y adquirió el método Assimil El catalán sin esfuerzo.Al que seguirían otras lecturas: La nacionalitat catalana,de Prat de la Riba, La plaça del Diamant,de Rodoreda, Bearn,de Villalonga, que traduciría al francés por su cuenta...
Hoy, cinco lustros después de su decisión, Bezsonoff forma, con Joan-Lluís Lluís, el tándem de autores catalanes más sólidos del Rosellón. Varias de sus novelas (La guerra dels cornuts, Les amnèsies de Déu)han sido repetidamente premiadas. "A la vez que una reflexión sobre mi catalanidad, este libro quiere ser una advertencia de que el catalán está también fuertemente amenazado en Catalunya y que, si no se pone remedio, puede ocurrir como en el Rosellón, donde la lengua está prácticamente muerta", argumenta. Sin caer en el panfleto ni echar mano de estadísticas, ofrece "una crónica amena que explica la realidad de mi pequeño país y trata de romper la frontera mental que separa la Catalunya francesa de la española".
Rosa Pinol