Familia y autobiografía, hambre y ganas de comer. El ámbito doméstico tratado en primera persona abre líneas de crédito, perdón, de credibilidad para la novela. El reciente Premio Nacional de Narrativa, entregado esta semana a Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968), destapa un hábito muy bien cultivado en los últimos meses, que recurre a vidas extraordinarias, conflictos, rencores y, por qué no, aventuras. Todo con la necesidad de saber la verdad. El autor de Tiempo de vida (Anagrama) reconocía a Público cómo observa la novela agotada para contar ficción. De ahí que la ficción corra a refugiarse en el paraguas de las historias reales.
Bezsonoff: "Tenemos que estar agradecidos a los padres desagradables"
Así que la familia y el narrador salen al rescate de la novela. ¿O es la familia y la novela la que rescatan al narrador? "La historia de una familia puede ser la base del peor best seller fabricado o la peor telenovela. También puede ser la base de un libro tan entrañable como el de Marcos Giralt. Que algo sea autobiográfico no significa que sea bueno. Que sea la familia, tampoco. La clave es que el lector sienta que es verdad. Y lo que es más importante, que sienta que de quien se habla es sobre su familia, no de la del autor", aclara Alberto Fuguet (Santiago, Chile, 1964).
Fuguet firma una novela o una investigación, en la que se propone hallar a su tío, desaparecido desde hace años. "Ellos me hacían ser una persona que no soy", se justificó el tío del autor cuando lo encuentra, en EEUU. Missing (Alfaguara) es, entre muchas cosas, una reflexión sobre las hostilidades que se desatan en el seno familiar contra la intimidad.
Sin embargo, dice que una vida extraordinaria no justifica la autobiografía. ¿Y es partidario de echarle pimienta para novelarla? "A todo hay que echarle pimienta para mejorarlo, potenciarlo, profundizar y empatizar. "Missing trata de un perdedor, de un tipo que no hizo nada extraordinario excepto, quizás, perder, perderse, equivocarse", añade.
La familia es una "versión reducida de la sociedad", dice Patricio Pron
Para Marcos Giralt, "ni lo uno ni lo otro". Basta con saber contar. "De la vida más aburrida puede salir un buen libro y una vida apasionante en manos de un mal escritor puede resultar tediosa. Es la mirada lo importante, junto con el oficio y acertar, claro, que no siempre se acierta. A veces, los buenos escritores no dan con la manera idónea de contar algo", explica el escritor, que retrata a la familia como laboratorio de los grandes conflictos humanos.
"Vale cualquier vida", dice rotundo Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), del que la editorial Libros del Silencio ha recuperado el cuento Escenas y retratos familiares con Barcelona al fondo, dentro del volumen de relatos Mi madre es un pez, con 33 autores que escriben sobre las relaciones familiares. "Mi relato no es autobiográfico, pero da lo mismo que la autobiografía sea verdad o mentira... siempre que no se diga que es verdad", reconoce. El autor de Sin noticias de Gurb (Seix Barral) aclara que la autobiografía "es un género en el que el argumento es algo secundario". "¿Que por qué la familia? ¿Es que hay otros temas?", recibe con ironía Mendoza.
Fuguet también piensa como Mendoza: "Creo que no habría mucha novela, o ahora autoficción, sin familia. El arte nace de los conflictos que produce nacer y criarse en una familia". Para Patricio Pron (Rosario, Argentina 1975), autor de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Mondadori), la familia es una "versión reducida de la sociedad", y como tal, la intimidad puede facilitar la "indagación sobre el fracaso de una sociedad". "Quienes escriben sobre familias dan cuenta de las desigualdades y las alianzas que se producen en ella, sin padecer los inconvenientes de quienes escriben literatura política", explica el autor argentino.
Giralt: "De una vida aburrida puede salir una buena novela, y viceversa"
Precisamente, el nido de hostilidades y desavenencias, de colisiones y traumas es el que reflejan Gabi Beltrán (Palma, 1966) y Bartolomé Seguí (Palma, 1962) en Historias del barrio (Astiberri), novela gráfica con varios relatos crudos de la adolescencia de Beltrán en el barrio chino de La Palma, en los ochenta. Drogas, robos, trapicheo y abandono. "Lo escribí al poco de enterarme de la muerte de mi padre", explica Gabi, que desconoce dónde están enterrado él, su madre y su hermana pequeña. "Nuestros padres y madres casi nunca estaban en casa, porque casi todas eran prostitutas. Eran familias ausentes, sin protección. Aprendimos a defendernos solos", recuerda.
Para Beltrán, que ha escrito el guión del cómic y ha logrado madurar las autocomplacencias de un género mal usado en la novela gráfica, lo importante, reconoce, era "la mirada". La historia, cruda y áspera, deja en sus personajes un poso de cariño. "No quería contar mi vida, sino enseñar a la gente de allí, aunque yo aparezca como el conductor de las historias", explica. Anuncia una segunda parte de un libro que, si el PP no lo fulmina, es candidato serio para la próxima edición del Premio Nacional de Cómic.
"No se puede escribir algo como esto odiando. Yo he tenido que esperar a que pasara el tiempo para que se llevara todo el odio: si odias tu pasado es imposible escribir tu propia historia", asegura Beltrán que ha conseguido huir también de la justificación moral y del panfleto contra la sociedad.
Bezsonoff: "Tenemos que estar agradecidos a los padres desagradables"
El caso de Joan Daniel Bezsonoff (Perpiñán, 1963) es extraordinario. Ha escrito en Los taxistas del zar (Barril y Barral) su vida al reconstruir la de su abuelo, al que no conoció. "No he inventado nada", asegura, aunque es difícil de creer cuando cuenta un sueño erótico de su abuelo. Para este rosellonés de origen ruso, los escritores son animales de memoria que deben trabajar para sacar a la luz las porquerías: "Todos tenemos una habitación cerrada, un muerto en el armario de la infancia".
Explica la trascendencia de un apellido y de la lengua. Él habla mejor el español que el ruso, aunque parezca imposible. "Gracias a este libro, la parte de la familia catalana me considera un genio; la familia rusa, un traidor. Si mi padre me hubiese tratado con cariño no habría sido escritor. El escritor no es una persona feliz, es un excomulgado que no tiene cosas mejor que hacer que escribir. Así que tenemos que estar agradecidos a los padres desagradables", dice, y revela una de las claves del origen del conflicto que tratamos.
La otra, la descubre con lucidez Pron: el valor del relato autobiográfico es "la honestidad del autor", que coloca a él y a su familia en el centro del relato. "Es un tipo de honestidad que está sobrevalorado en literatura, pero que en estas novelas adquiere una nueva dimensión: el autor establece con el lector un compromiso tácito, para guiarle por los infiernos familiares".