Lluís Satorras, El País, 24/09/2011
Una bella foto de Anna, tía abuela del autor, preside esta sentida crónica familiar de un escritor franco catalán que como su apellido indica tiene ascendencia rusa. "He vivido muchos años en Rusia, pero no he estado nunca". Con esta sorprendente paradoja empieza el viaje hacia ese país inmenso y misterioso. Uno piensa en los Cuentos rusos que ha escrito otro escritor catalán, Francesc Serés, que igualmente parece que estuvo allí. Nada tienen de extraño estos contactos entre la cultura rusa y la catalana y, por ende, de la española. Recordemos a quienes tradujeron las grandes novelas rusas como es el caso de Augusto Vidal o de Andreu Nin que además de traductor tuvo una vida política que le llevó al trágico final que todos conocemos. Algunos lingüistas, por otra parte, han hablado de los puntos en común que se dan entre las áreas extremas de una zona de lenguas y también algún historiador ha puesto de relieve elementos curiosamente similares entre la historia de España y la de Rusia (o bien la antigua Unión Soviética). Bezsonoff ha sentido en diversos momentos de su vida el deseo de aprender ruso y por lo que se puede deducir de la lectura ahora ha cubierto etapas importantes. Su objetivo principal es poder leer en versión original a los grandes clásicos de aquel país y, quizás como complemento, lo que ya ha conseguido: invitar a una chica rusa en la calle de Sant Pau de Barcelona a una copa de Aromes de Montserrat, un licor dulce, adictivo y patriótico. Bezsonoff recrea para nosotros como en una fotografía en blanco y negro la vida de su abuelo en el país natal: la infancia y la juventud en Vorónezh, una ciudad media de la provincia rusa, y su participación en la guerra civil con las tropas que defienden al zar. Y lo hace mezclando datos geográficos e históricos, recreando escenas y conversaciones que da por sucedidas e, incluso, sencillamente inventando los sucesos, incluso un sueño erótico que su abuelo tuvo durante un viaje en tren. Describe los desastres de la guerra y muestra con emoción contenida y melancolía compartida páginas estupendas retratando el ambiente vivido en la península de Crimea por los desafectos del régimen bolchevique, refugiados allí provisionalmente. Una reconstrucción de vidas torcidas por medio de descripciones rápidas, ideas al desgaire, enumeraciones conceptuales y gestos absurdos de un gran encanto. He aquí una frase donde la desazón de las expresiones primeras se diluye en un quiebro humorístico: "Un almirante sin armada, un general sin regimientos, una cortesana sin protectores, una bailarina sin zapatillas". El autor que tiene presente la existencia reconocida de los taxistas del Marne imagina otros, los del zar, que en sus recorridos diarios por las calles de París sueñan con Moscú. Y como ha escrito un libro dedicado a la vida francesa, Una educación francesa, y otro a los dimes y diretes de Catalunya, Un país de butxaca, incluye aquí un capítulo donde se habla de lo que él llama "el baile de las identidades" donde las preguntas transcendentales planteadas dan un poco de grima. Mejor pensar que más allá hay vida, una vida que transcurre "con sus alegrías y sus inquietudes".
Commentaires
t'has avançat, avui he comprat El País (jo dic El Pastís) i he llegit fa uns minuts aquesta crònica.. El que no entenc, és, que té a vore les relacions catalono-russes (i de rebot espanyoles?), i les traduccions de Nin amb la teva novel·la que vaig llegir fa temps en la nostra llengua, es clar.